La paradoja de identidad de Edward Said y D. Baremboim: El Diván

Mucho hemos hablado en este espacio de Edward Said y su obra cumbre que intelectualizó el término de oriente en tiempos en que los países de oriente próximo eran considerados como un ‘otro’ despectivo. Hoy en día el panorama geopolítico no ha cambiado demasiado y se sigue considerando el Islam y las tradiciones árabes como espacios de censura a las libertades democráticas, culpando desde la raíz las dos esferas de la vida más importantes para los habitantes de países que se han visto obligados a escoger entre el radicalismo político-religioso o el pensamiento neoliberal occidental que niega sus propias creencias.

Sin embargo, cuando hablamos de Edward Said, no sólo hablamos del pensador teórico que plasmó el significado de sentirse en la diáspora, sino más bien de un sujeto que se encuentra en la periferia de un pensamiento que en el siglo XXI se ha vuelto crucial para la supervivencia de un yo en el que los lazos neoliberales se hacen presentes en cada surrealismo de la cotidianidad y en el que el sentido del derecho tiene como base la territorialidad dogmática que deriva en la paradoja de identidad.

… la cultura es una especie de teatro en el cual se enfrentan distintas causas políticas e ideológicas. Lejos de constituir un plácido rincón de convivencia armónica, la cultura puede ser un auténtico campo de batalla en el que las causas se expongan a la luz del día y entren en liza unas con otras (Said, 1996:14).


¿Es la cultura un totalitarismo en la concepción de identidad? La realidad contemporánea de Said no dista de la de muchos intelectuales que sintieron su ser dividido por dos mundos en los que nunca sintió como suyos al mismo tiempo en los que basó toda su vida personal y profesional. La «otredad» fue para el fundador de la crítica poscolonial una doble etiqueta que marcó su existencia.

La línea que nos separaba a nosotros de ellos era una línea lingüística, cultural, racial y étnica. (Said, «Fuera del hogar»)

Conviene atender la situación actual en la que ante la ausencia de la figura de nuestro autor la historia parece haberse estancado en ‘La Cuestión Palestina’. ¿Ha sido el estado de Israel desde sus orígenes la representación del elginismo cultural identitario? Ante las imágenes de colonos expulsando generaciones de familias palestinas de sus propias casas cabe plantearse si el sionismo o lo que conforma su pensamiento no es más que una parte intrínseca que tiene contradictoriamente como ideal el antisemitismo que se ha declarado como imagen del derecho a existir del nuevo estado de Israel a expensas de la muerte de un número incontable de civiles del lado opuesto. Así el otro siempre es el árabe que la historia ha tratado como inferior y salvaje, representación de lo ignorante y lo sucio que ha derivado en el terrorismo integrista.

Said no soló vivió en la frontera paradójica de su propio ser como estadounidense (occidental) de origen palestino (oriente), nació un año anterior a la fundación de lo que sería y sigue siendo una de las mayores tragedias del Medio Oriente, un nuevo estado llamado Israel que se autoproclamó país con el apoyo de Estados Unidos y la Unión Europea imponiéndose en la reclamada tierra de un islam empobrecido y un judaísmo sacudido por el holocausto. Este panorama no solo acusa a lo que ha llegado a ser una minoría en su propio territorio, sino a crearse una situación de desventaja donde el poder mayoritario cargado de fusiles se exculpa con la idea de que su Pantateuco les otorga la tierra que están arrebatando a sus vecinos. Cabe recordar Sabra, Chatila o Karantina como la imagen de un éxodo negado tras la frontera, donde nunca se ha reconocido lo palestino a pesar de los grandes esfuerzos de Yasir Arafat.

Mientras algunos sectores le tienen como referente teórico de las nuevas sociedades poscoloniales del siglo XXI, otras esferas intelectuales ven la obra de Said como una obra parcial en la que muchos sectores de la política más extrema no consideran como bagaje de su compendio bibliográfico. Su crítica hacia la imposición colonialista y la imagen que ella ha creado de su persona esconde la relación cercana que tuvo con el pianista Daniel Barenboim, con el que no sólo compartió su amor y dedicación por la música, sino también su visión de sentirse un ‘otro’ en el lado opuesto de la batalla que empezó con la declaración de Balfour.

En el contexto subyace el síntoma, cuando la identidad se vuelve una fuerza de supervivencia del más fuerte y no un simple hecho de posicionamiento o idealismo. El belicismo que ello conlleva ha degenerado en una desavenencia mutua en el que no hay intención de entendimiento, se observa al ‘otro’ como lo monstruoso que desea la aniquilación de lo que crea mi «yo».

Precisamente Barenboim representa lo opuesto, de nacionalidad argentina, su origen judío y su infancia en Israel no simbolizan una identidad sino más bien su negación en la existencia de un Estado al que, en sus palabras, se siente avergonzado de pertenecer. La muestra se percibe no sólo con la constatada relación entre Said y su amigo, también con la fundación de la Orquestra West-Eastern Divan que promueve el acercamiento entre palestinos e israelíes a través de la música y de sus discursos que una vez más son la representación de un salvoconducto intelectual a esta situación que lleva gestándose desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

¿Es compatible el estado de ocupación y control de otro pueblo con la proclamación de independencia? ¿Hay una lógica entre la independencia de un país y la violación de los derechos fundamentales de otro? ¿Puede el pueblo judío cuya historia se ha caracterizado por el sufrimiento y la persecución permitirse ser indiferente hacia los derechos fundamentales y el sufrimiento de un estado vecino? ¿Puede permitirse el Estado de Israel el sueño irreal de un arreglo ideológico del conflicto en vez de esforzarse en buscar una solución, pragmática y humanitaria basada en la justicia social? – D. Baremboim.

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