Terrorismo Patrimonial: Pérdida de identidad en Medio Oriente

¿Es oriente medio una tierra patrimonial en riesgo? ¿Es el terrorismo la mayor amenaza del patrimonio internacional? ¿Están los habitantes de Medio Oriente en riesgo de pérdida de identidad? Estas son algunas de las cuestiones que nos planteamos cuándo los medios de comunicación nos enseñan explícitamente la destrucción que se está llevando a cabo en pleno siglo XXI de tesoros arquitectónicos en los países árabes.

La persistencia del legado que nos han dejado los pueblos de Medio Oriente a lo largo de la historia es un claro símbolo de la importancia étnica y religiosa representativa de la antigua Mesopotamia y el desierto arábigo. Sería bueno recuperar la idea de supervivencia a una secuencia interminable de guerras concitadas a lo largo de la historia. Tanto hititas, asirios, babilonios y todos los pueblos que convivieron entre batallas y en búsqueda de un poder expansionista tuvieron una relación significante en el respeto hacía la representación cultural e identitaria del otro cuya motivación fue desapareciendo con el descubrimiento de que tanto la representación artística como la esfera política son fenómenos del mundo público interrelacionados, como ya indicó Hannah Arendt en «Entre el pasado y el futuro».

La capacidad inherente que tuvieron los pueblos por el respeto cultural pareció fugarse cuando empezaron las controversias de poder y la aparición de las religiones monoteístas. ¿La religión ha destruido el patrimonio cultural?. Posiblemente sea el inicio inevitable de la variante destructora implícita en el comportamiento humano. Sin embargo, es incuestionable que la religión pusiera la mayúscula en el inicio de una sucesiva experiencia destructora del otro en base a sus propias creencias.

En la actualidad el terrorismo tiene una clara intención mediática, sin embargo el terrorismo extremista islámico no se diferencia de lo que una vez fue el terrorismo cristiano como fórmula para crear terror en todos aquellos que no son ellos, como es el caso de la destrucción material como resultado de la guerra de la Liga Santa en el siglo XVII. De nuevo vemos en este foco el concepto de otredad de forma totalmente alterada, dónde la distinción es la motivación principal de la eliminación radical de la identidad del sujeto distante. El patrimonio material se destruye como simbolismo de mutilación del pasado de un país para destruir su futuro e imponer las propias directrices.

Sin embargo, es necesario en tal contexto, la presente de la base teológica y metafísica del Islam que lleva a la interpretación extremista a eliminar todo aquello que no sea propio. La Sharia propone una fe opuesta a la iconodúlia, motivo por el cual la representación artística que se encuentra en la mezquita es puramente geométrica y conceptual, no existe la adoración a la imagen pues ello conlleva intentar imitar lo que es irrepresentable. Así la interpretación de grupos como el DAESH o los Talibanes se magnifican en su creencia destruyendo toda aquella imagen figurativa. Ello se plasma como el síntoma, pues quedarse con esta idea sería meramente superficial ya que detrás de todo grupo religioso se esconde algo mayor, la política y el poder.

Según la Interpol «el saqueo del patrimonio cultural es, junto al tráfico de petróleo y los secuestros para exigir rescate, la fuente de ingresos más común y rentable para los grupos terroristas». Durante la guerra del Golfo en Iraq se estima que fueron robados 15.000 objetos artísticos del Museu de Bagdad y sólo 7.000 de ellos fueron recuperados, siendo el resto vendido en el mercado negro. La destrucción terrorista consigue una repercursión mediática que pone en un compromiso no sólo la situación personal de los ciudadanos que lo sufren sino a la transigencia ante una imposición no deseada. Ignorar la implícita relación que tienen las potencias gubernamentales internacionales en este contexto sería eludir una de las primicias de la amenaza terrorista en el mundo en general y en el Medio Oriente concretamente. El consiguiente resultado de tales intereses por la nacionalización extrema por una parte y por el imperialismo y el interés en el petróleo por otro, conllevan a un resultado nefasto de la destrucción de la identidad a través de la mutilación cultural.

Varios son los casos que se han transmitido al mundo entero, el cual más conocido es la dinamitación de los Budas de Bamiyán, situados al norte de las tierras de Afganistán. Siglos atrás, este territorio se fundamentaba en el budismo como forma de vida, dónde monjes y creyentes formaban parte de esta comunidad que se incluía en el conocido e enrevesado camino de la Seda. Tal comunidad dejó un legado escultórico que ha sido el emblema de las zonas montañosas de la tierra de los afganos, grandes estatuas de buda excavadas en la propia piedra de la montaña que fueron destruidas a principios del 2001 en manos del régimen talibán. Ello no solo conlleva una destrucción de la identidad de los habitantes de la región, sino el añadido de la pesadumbre ética y moral por haber sido los propios que colocaron los explosivos para destruir su propia cultura, como es el caso de Mirza Hussain, quien fue obligado por el régimen extremista a cargar la dinamita en contra su voluntad.

Lo mismo ocurrió en Palmira, esta vez en manos del DAESH, quien proclamó un califato en el territorio de Iraq, invadiendo Mosul y destruyendo todo lo que representaba una creencia distante. Tal mutilación no solo incluye al otro, sino a la propia representación identitaria religiosa para imponer la misma en su interpretación más extrema. No hay que olvidar que Palmira fue una de las mayores representaciones arqueológicas del arte preislámico de Medio Oriente, que sin embargo fue arrasado por el autoproclamado Estado Islámico.

Esta situación exige lo que ya se legalizó como delito hacia el patrimonio cultural en el código penal y crimen de guerra como consecuencia de ésta, no solo incluyendo sus daños y perjuicios sino cualquier tipo de financiamiento al terrorismo. Así no se equivale al castigo que conlleva formar parte y matar en nombre de una guerra Santa, pero si es un indicio de que la cultura y el patrimonio representan la identidad de los sujetos, y su destrucción supone una muerte simbolica del ser.

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