Se llama Alepo y surgió a raíz de todas esas informaciones que veíamos por los informativos de la ciudad asediada durante la guerra de Siria, toda esa ruina blanca y esos cuerpos que salían en medio de los escombros, blancos, cubiertos del polvo del yeso de los edificios al derrumbarse, igual que cuando cayeron las Torres Gemelas.
Celebrándose los pasados días la Feria Internacional ARCO Madrid, no podemos dejar de rememorar la obra Aleppo, pues me siento en la necesidad casi moral de conmemorar la obra del artista gallego Francisco Leiro, quien expuso en el Stand de el periódico EL MUNDO en la 37ª edición de ARCO, en aquel 2018 que ahora nos parece tan remoto, pues mucho ha llovido desde entonces.
La Feria Internacional de Arte Contemporáneo que se celebra anualmente en Madrid destaca por ser uno de los eventos del mercado del arte actual más esperados por galeristas, artistas, comisarios, críticos y coleccionistas, pues ARCO es la máxima representación de la subjetividad artística que acoge las obras más pintorescas del panorama artístico occidental (cabe remarcar) del siglo XXI. Ya el fotógrafo Ciuco Gutiérrez afirmó en 1999: “ARCO no ofrece una panorámica real de lo que están produciendo los artistas. La panorámica, en todo caso, es sobre aquello que tiene salida comercial. Así no podemos extraer ninguna conclusión de carácter artístico”.
Evidentemente, las crisis sociales no entran en una atmósfera donde predomina el afán de tocar temas de vanguardia que venden más por provocar que por concienciar, algo que se aleja de los preceptos del modelo mercantil; cuestionar al espectador sin caer en lo fácil o el cliché sin sentido. Desde obras por 300 euros hasta los dos millones, mucho discurso político y feminista reiterativo, poco arte de compromiso social que no esté, básicamente, de moda y que no hiera la sensibilidad del público.
Pero siempre hay alguien que rompe los esquemas. La obra de Leiro, descrita con el maravilloso término ‘post-humanismo’ por el filósofo Ernesto Castro, describe una trayectoria artística basada en la escultura experimental a través de materiales orgánicos, concibiendo figuraciones que rompen el esquema prototipico del canon ideal, creando un modelo per se, único en su esencia.

En ‘Alepo’, el artista representa la tragedia que se vive en Siria que desde 2011, en el marco de la primavera árabe, vive una guerra civil debido a los enfrentamientos entre las Fuerzas Armadas y la oposición, a quien se une grupos terroristas como el DAESH. Con los años se sumaron las potencias internacionales, destacando la intrusión de EE.UU. en el país, además de diversos movimientos de grupos “minoritarios” como la Unidad de Protección Popular (YPG), o lo que conocemos como las fuerzas kurdas. A lo que se suma una amalgama de problemas religiosos entre chiitas y sunitas que cuentan con el apoyo de distintos países árabes posicionados, como Irán.
Contextualización de políticas de poder a parte, a día de hoy del 2023, Siria lleva sumergida en 12 años de guerra y terror, que parecen no acabar en la antigua Sham. A la ruina cabe añadirle los últimos terremotos que han acontecido en el norte de Siria y han afectado a la mayor parte da región del Kurdistán sirio.
Inspirándose en Simón el Estilista, el santo asceta cristiano que vivió la mayor parte de su vida en Alepo, el artista afirma respecto a su obra,
Son como la columna en la que decidió retirarse Simón el Estilista. Pero aquí, en vez de un ermitaño, hay por cada una cuatro sirios muertos, víctimas de otra guerra inexplicable. En ese pueblo todo tiene el color blanco de lo derribado, el polvo de lo perdido para siempre.
Para enfatizar la tragedia, Leiro no sólo expone una estampa de grandes dimensiones a modo de paisaje de una Siria en ruinas, como bien podría representar Rigalt, sino que nos presenta personajes atravesados por unas columnas que reiteran el aniquilamiento no sólo de un pueblo, sino del sujeto y su identidad, en una homogeneización representativa que evoca a una poesía funesta.
Destaca entre ellas una figura en posición exenta, que puede recordarnos incluso a Le Penseur de Rodin, sin embargo, una vez más la genialidad de Leiro se entrevee en su relieve escultórico, labrando “una interpretación del Ecce hommo, aunque sentado. Así imagino a algunos hombres de Alepo: abatidos, derrotados, vencidos. Con esa mirada que perfora”.
Leiro representa, a través de la imagen, una realidad que supone una intersubjetividad entre la obra y el espectador para reflexionar no sólo entorno a la destrucción que comporta la guerra, material e identitaria, sino para cuestionarnos moralmente y para poner en jaque a la política internacional, pues como él mismo concluye “Alepo (…) no dejan de ser cuerpos apilados que nos interpelan: ‘¿Cuántos muertos más hay que poner en esta mesa? ¿Hacen falta más? Y parece que seguimos, seguimos apilando muertos y la cosa sigue igual”
Una vez más nos enfrentamos a la paradoja del mundo del arte, ARCO, un espacio en el que se promueve el mercado del arte y mueve miles de millones de euros anuales, y que de vez en cuando nos presenta obras que nos puede cuestionar el mundo elitista en el que nos movemos y que éticamente deberíamos de reflexionarnos.
Imágenes: Luis de Las Alas (Diario Expansión).


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