De la NAKBA al Presente: Una retrospectiva del arte palestino Moderno

El 11 de agosto de este año, dos corresponsales de Al Jazeera fueron asesinados bajo bombardeos en Gaza: Anas al-Sharif y Mohammed Qiraqah, junto con los camarógrafos Ibrahim Zaher, Mohammed Noufal y Moamen Aliwa. Estos son solo algunos de los miles de nombres que forman parte de una lista que crece cada día. Con ellos no solo mueren vidas; se apagan voces que intentaban contar la historia de un pueblo masacrado desde hace más de 75 años.

No es la primera vez que se intenta silenciar a quienes narran Palestina. El exilio, la ocupación, la destrucción y el sufrimiento no son imágenes que las potencias quieren mostrar. Hace un tiempo fui a la presentación del libro “Palestina cien años de colonialismo y resistencia”, recuerdo que el autor, el historiador Rashid Khalidi, comentaba que la historia palestina ha sido escrita y reescrita por otros, mientras se borraban las voces de quienes la vivieron. A día de hoy creo que todos lo vemos claro, Israel y Estados Unidos han decidido destruir a un pueblo para, sobre sus ruinas, construir un destino vacacional, con el respaldo del silencio cómplice de la Unión Europea.

No estamos hablando de distopías de ciencia ficción ni de novelas al estilo de George Orwell. Estamos hablando del genocidio palestino. Un genocidio que se ejecuta como represalia a la operación “Inundación de Al-Aqsa”, llevada a cabo por Hamás el 7 de octubre de 2023, pero esto es solo una pequeña parte de toda la historia de resiliencia del pueblo palestino.

Y aunque se intente silenciar a las cámaras, siempre nos quedan los pinceles, las palabras y las imágenes. Solo la obra de artistas como Sliman Mansour o la poesía de Nasser Rabah pueden mantener viva la memoria de unas atrocidades que estamos presenciando en pleno siglo XXI.

Aunque pueda parecer que este genocidio es reciente, sus raíces se hunden en más de un siglo de historia. A finales del siglo XIX, el movimiento sionista, liderado por Theodor Herzl, ya imaginaba un Estado judío sobre la tierra palestina, desplazando lentamente a su población autóctona, la mayoría de ella árabe musulmana. Tras la Primera Guerra Mundial, la Declaración Balfour de 1917 legitimó este proyecto, ignorando la existencia del pueblo palestino y respaldando la inmigración masiva de colonos judíos europeos.

El punto de no retorno llegó en 1947, cuando la ONU aprobó la partición de Palestina, asignando más de la mitad del territorio a estos colonos. Esto supuso la expulsión de más de 700.000 palestinos de sus hogares entre finales de 1947 y 1949, obligándolos a vivir en el exilio o en campos de refugiados. A este episodio se le conoce como Nakba o ‘catastrofe’ que se conmemora cada año el 15 de mayo.

Desde entonces, la historia palestina es la de un pueblo disperso, atrapado entre la memoria del hogar perdido y la necesidad de reconstruir su identidad. En ese espacio, entre la herida y la esperanza, el arte se ha convertido en un acto de resistencia, tanto la pintura, la poesía, la música y el cine preservan lo que otros intentan borrar. Como escribió Edward Said, un académico palestino que os recomiendo muchísimo leer para entender su visión de lo que es el exilio y el Orentalismo, pues bien, Said afirmó en su obra “Reflexiones sobre el Exilio” que “el exilio no es solo la pérdida de un hogar, es la fractura de la memoria”, y esa fractura ha marcado el arte, la literatura y la música palestina durante décadas.

Hoy, en pleno 2025, mientras los bombardeos arrasan Gaza, una nueva generación de artistas palestinos está plasmando este genocidio en tiempo real como Malak Mattar y Nabil Anani, pero si hay un artista que representa la resiliencia palestina es Sliman Mansour, el descendiente del artista Ismail Shamout . Sus obras son testimonio, denuncia y memoria, y en este episodio vamos a escucharlos, mirarlos y entender cómo su arte se convierte en un lenguaje para la supervivencia.

  • ISMAIL SHAMOUT

Se podría decir que Ismail Shamout es el padre del arte palestino moderno. Marcó las pautas temáticas y estéticas de lo que sería el arte palestino, consolidando un lenguaje visual que combina el realismo social con elementos tradicionales como la vestimenta, la arquitectura y el paisaje.

Nacido en Al-Lud, Shamout vivió en su adolescencia la expulsión de los palestinos, incluido él y su familia, durante la Nakba, en 1948, conocida como la marcha de la muerte de Lydda, en la que se estima que murieron 350 personas en manos de las fuerzas militares israelíes. Shamout y su familia se asentaron en los campos de refugiados de Khan Younis, en Gaza, viviendo condiciones muy difíciles que ampliarían el bagaje artístico que representaría más tarde en sus obras.

Realizó sus estudios de Bellas Artes en el Cairo y en Roma, y posteriormente vivió en Beirut, Kuwait, Alemania y finalmente en Aman, Jordania. Shamout es la máxima representación del artista palestino en la diáspora.

Junto a su esposa, Tamam El-Akhal, fue el representante de los artistas que formaban parte del Movimiento para la Liberación de Palestina, conocido por las siglas OLP, aunque desde la distancia, ansiando volver a su tierra y recuperar la dignidad de su pueblo. Si bien no fue posible volver a Palestina, si recuperó la dignidad palestina a través de su arte.

De la misma forma hay que hablar de Tamam El-Akhal, no supeditar su imagen únicamente como la compañera de vida de Shamout, sino como una gran artista, feminista y resiliente que en los años 50 se atrevió a pintar escenas de su tierra natal, Jaffa, que tanto añoraba. Su estilo, que combina realismo e impresionismo, la llevó a exponer internacionalmente y a compartir su visión en charlas y conferencias en distintas galerías.” Junto con Shamout pintó “Palestina: El éxodo y la Odisea”, una de las obras más reconocidas de ambos artistas.

Fue en Gaza el primer lugar donde Ismail Shammout realizó su primera exposición en 1953, exponiendo su obra “¿A dónde?”, máxima representación de la diáspora. Expone la huida que el mismo artista vivió al ser expulsado de Lydda a los 18 años junto con su familia, experimentando en primera persona la angustia de verse obligado a abandonar su hogar. Nunca sabremos si el protagonista de esta obra, un anciano vestido con harapos que lleva consigo a tres niños, era alguien cercano al propio Shammout o que, sencillamente, el artista retrató la imagen de las personas más vulnerables ante el exilio.

También destacan sus obras en las que representa la expulsión y huida de miles de palestinos, en escenarios áridos que muestran el calor, el hambre y la sed que cientos y cientos de personas sufren en sus duros caminos de huida. En muchas de estas obras se representan iconos de Palestina que mezclan el pasado y el presente, la Jerusalén dorada, mezquitas e iglesias como el Haram al Sharif y la Iglesia del Santo Sepulcro, una imagen que evoca a los tiempos remotos en que la comunidad judía, cristiana y musulmana vivían en paz. Pero el artista también representa lo opuesto, campos de refugiados abarrotados de personas, yacimientos petrolíferos del Golfo en los que trabajan miles de expatriados bajo el sistema Kafala, del que hablaremos en otro episodio de este podcast. Todo son multitudes, anónimas, sin rostro, sin voz.

A primera vista, esta imagen podría parecer una más: multitudes mezcladas entre los altercados y soldados israelíes anónimos enfrentándose a las manifestaciones. Pero, en la esquina superior izquierda, aparece algo distinto: la representación de la reunión en Camp David, en julio del año 2000, entre Yasser Arafat y el primer ministro israelí Ehud Barak, con el presidente Clinton como mediador. Fue el inicio de unas negociaciones de paz entre israelíes y palestinos tras los Acuerdos de Oslo, que nunca llegaron a cumplirse. Ese incumplimiento acabaría detonando la Segunda Intifada ese mismo año.

Pero si hay una obra que quiero destacar y que me conmueve es “Memories and Fire”. Shammout representa a un anciano ubicado en un interior en penumbra, observando la brasa del fuego con el que parece entrar en calor. En el fondo, varias personas amontonadas parecen dormir, o al menos intentarlo, todos ellos refugiados. La guerra solo trae dolor, y Shammout lo sabía muy bien.

Sliman Mansour es uno de los artistas más representativos de la resistencia palestina, que a diferencia de Ismail Shamout y de muchos otros artistas que han trabajado desde el exilio, Mansour ha permanecido en su tierra, arraigando su arte en la realidad cotidiana de su pueblo.

Nacido en Ramala un año antes de la Nakba de 1948, suceso que marcaría toda su vida y obra artística, es conocido por ser el artista de la Intifada, o lo que conocemos como la revuelta palestina. Una revuelta que estalló en diciembre de 1987 en los Territorios Ocupados, cuando un vehículo del Ejército israelí arremetió contra un camión en el campo de refugiados de Jabaliya, en la Franja de Gaza, matando a cuatro palestinos. Este estallido de resistencia civil volvió a explotar en el año 2000, conocida como la Intifada de Al-Aqsa o la segunda intifada que hemos mencionado anteriormente, provocada por el empeoramiento de la situación para los palestinos después de los acuerdos de Oslo, el desvanecimiento de la perspectiva de la creación de un Estado Propio y la intensa rivalidad entre la Organización Liberal por Palestina y Hamás, que además se intensificó con la provocadora visita de Ariel Sharon en la Explanada de las Mezquitas, un foco de pasiones nacionalistas y religiosas entre musulmanes y judíos, según explica Khalidi en su libro. Ambas Intifadas fueron representadas en la obra de Mansour, cuyo arte podría clasificarse en lo que la profesora de historia del arte Gannit Ankori identifica como arte palestino de la pérdida de la patria, una clasificación, la de Ankori, bastante limitada a lo que se refiere al arte palestino contemporáneo, pues Mansour representa no la pérdida de la patria, sino la resistencia ante su pérdida.

En su adolescencia, Mansour ya formaba parte de movimientos activistas en pro de los derechos de los palestinos, su herramienta para combatir la opresión ha sido, desde siempre, la pintura. Sliman representa retratos cotidianos que plasman la dificultad de la vida de los palestinos en su propia tierra, alusión que hace a través del uso de colores ocres y materiales como el barro en referencia a su tierra natal.

A través de la contemplación de sus obras, el artista invita al espectador a adentrarse en esas vidas que son quebradas por la opresión que sufren día a día. Este espíritu de resistencia e identidad captura la necesidad del pueblo palestino por mantener no solo su identidad, sino su vida y su dignidad.

Su estilo realista con toques de expresionismo abstracto y surrealismo muestra su formación académica en Bellas Artes en la Academia Bezalel de Arte y Diseño en Jerusalén. El mismo artista afirma que desde pequeño ya tenía un interés perspicaz por el arte, un interés que fue apoyado por su profesor de pintura e influenciado por libros en los que descubrió la obra de Diego Rivera.

Desde entonces, y con una formación ya establecida, ha dedicado su vida a transformar el panorama artístico árabe palestino, dándole una visión más social. A través del concepto «Sumud» Sliman representa la fuerza y la identidad del pueblo palestino, un término que alude a la perseverancia de la comunidad desde una perspectiva más bien ideológica y política en lo que se refiere a la resistencia de la ocupación israelí.

Durante la primera Intifada, Israel prohibió toda simbología que hiciera alusión a símbolos nacionalistas prohibiendo banderas o iconos relacionados con Palestina. Ante esta censura, Mansour utilizó símbolos que indirectamente hacían referencia a su pueblo, siendo pionero del uso de la Sandía como símbolo del movimiento palestino. Según el propio artista, una alegoría que utilizó ante la prohibición de la utilización de los colores verde, negro y rojo de la bandera palestina fue la sandía. La historia cuenta que ante la censura de su obra y la de otros artistas, el pintor y ceramista Issam Badr, preguntó que pasaría si pintaba con esos colores una flor, el militar isrraelí le contestó que sería confiscada de inmediato, daría lo mismo si pintara una flor o una sandía. Y así es como la sandía pasó a ser una alegoría a la que otros artistas se agarraron a causa de la censura.

Es el caso del artista Khaled Hourani, quien representó una sandía en 2007 para una obra llamada “El Atlas Subjetivo de Palestina”, al más estilo Pop Art, su sandía fue transferida en diseños y estampas. A pesar de destacar por su watermelon, la obra de Hourani también se vincula a la resistencia palestina, representando escenas que critican el bloqueo humanitario que está sufriendo Gaza en la actualidad.

Una de las obras más representativas es “Del río al mar” utilizando todo tipo de simbología a la tierra. Mansour representa una mujer palestina abrazando un árbol que a su vez es olivo y naranjo. En acto de protección, la protagonista de la obra se representa como la alegoría de la tierra palestina, como la resistencia palestina ante la destrucción de la ocupación israelí. Quizás el que sus ropajes sean blancos hace alusión a la pureza de la propia tierra y a través del uso de colores terrosos del entorno, el artista hace referencia directa a la tierra palestina que es toda su identidad y la de su pueblo. La cosecha de los olivos es la mayor fuente de ingresos de la sociedad palestina, campos de olivos que a lo largo de las últimas décadas, desde la creación del Estado Israelí, han sido expropiados y destruidos intencionadamente.

Una de sus obras que más me sobrepasan es la portada que dibujó para la revista Al-Awda en 1980, donde niños con palestinas arraigadas al rededor de sus cuellos aguantan platos que reciben los misiles que caen del cielo. Lo que más sorprende de este dibujo de hace 4 décadas atrás, la plasmación de las fotografías que nos llegan en la actualidad de lo que está ocurriendo en la Franja de Gaza.

En su obra “El Martir hace referencia al poema con el mismo nombre del poeta palestino Abd al-Rahim Mahmoud, este poema pronunciado en árabe como A-shahid, fue el canto de los revolucionarios palestinos durante los años de lucha independentista. El poeta en 1948 fue martirizado en la batalla de a-Shajara contra bandas sionistas. El poema dice así

“Llevaré mi alma en la palma de mi mano
y la arrojaré a los abismos de la muerte
ya sea una vida que agrade a los amigos,
o una muerte que enfurezca a los enemigos”.

En 1973 co-fundó la «League of Palestinian Artists», una organización que promocionaba a artistas locales por primera vez, organizando exposiciones en Ramallah, Nablus, Nazareth e incluso en Gaza. Posteriormente, abrió la Galería 79 en Ramallah, un pequeño espacio que acabó cerrando porque los soldados israelíes se presentaban a las inauguraciones y se llevaban las obras que consideraban no aptas de ser expuestas por su contenido simbólico El arte de Mansour fue censurado en varias ocasiones pero eso solo reforzó su papel como voz de la resistencia cultural. Su influencia ha llegado tan lejos que hoy en día la Sandía es el símbolo de la resistencia palestina a nivel internacional.

Si hay un artista que ha seguido una línea similar a la de Sliman Mansour, ese es Nabil Anani. Pintor palestino que, al igual que Sliman, formó parte del movimiento artístico durante la Primera Intifada, entre 1987 y 1993. Hoy, con 81 años, Anani afirma en una charla con la periodista Rawaa Talass que todavía disfruta del acto de pintar y da gracias a Dios por haberlo creado artista. Actualmente, sigue trabajando en su pequeño estudio en Ramallah.

En su obra destacan elementos como la sandía, el olivo y los bordados tradicionales palestinos, símbolos de identidad y resistencia. A principios de este año, en su última exposición ‘La Tierra y Yo’ en la Galería Zawyeh de Dubái, presentó una serie de pinturas que rinden homenaje a los paisajes naturales de Palestina. Algunos lo llaman el Monet árabe, porque, al igual que Monet, amaba los nenúfares en Giverny, Anani representa constantemente los árboles de su tierra natal.

Anani tenía cinco años cuando los británicos abandonaron su mandato y vivió la Nakba en primera persona. Desde pequeño mostró interés por el dibujo, pero, hijo de un padre militar, no pudo estudiar arte de inmediato y cursó estudios universitarios en El Cairo. Más tarde, en 1965, su tío le presentó a Ismail Shammout, encuentro que marcaría el inicio de su camino como artista

En 1972, Anani presentó su primera exposición en Jerusalén, y entre los asistentes estaba Sliman Mansour. Fue el inicio de lo que más tarde se conocería como la Asociación de Arte Palestino, que comenzó con 15 artistas y hoy reúne a miles. Desde entonces, se propusieron una idea ambiciosa: llevar el arte a quienes nunca habían pisado una exposición, haciendo una itinerancia por Jerusalén, Ramala, Nablus, Yenín, Tulkarem, Gaza y otras ciudades de Palestina.

Para Anani, ‘la tierra es la base de todo’, un lema que ha guiado su obra durante más de cuatro décadas. Junto a Mansour colaboró con la Asociación Inash Alusra, un centro dedicado a la investigación del patrimonio, que inspiró al artista a centrar sus pinturas en la tierra: los pueblos que visitaba, los paisajes que documentaba, interrumpidos a veces por asentamientos y muros que lo arruinaban todo. Su misión era mostrar esos pueblos en su máximo esplendor. Como miembros de la Asociación de Arte Palestino, organizaron su primera exposición sobre pueblos palestinos en 1982. Durante los años 80, tanto él como Mansour pintaban al aire libre, capturando a los agricultores en plena recogida de aceitunas y los densos campos de olivos que definen la tierra palestina

Las obras de Anani hablan de la tierra, de su pueblo, de su gente. Lo muestran desde la distancia, con la imposibilidad de acercarse, reflejando una tierra que le ha sido arrebatada. El propio Anani explica que, aunque vive en su país, se siente un exiliado: moverse por las carreteras es casi imposible hoy en día. Por eso, y en lugar de caer en la nostalgia, representa a su pueblo con colores vivos y formas sinuosas, que contrastan con el dolor de la pérdida.

Hoy, desde su estudio en Ramallah, Anani pinta la masacre de Gaza, obras que expone en Catar, y cuyos fondos se destinan a ayuda humanitaria, aunque el bloqueo dificulta que llegue a quienes lo necesitan. Aun así, nunca abandonará su lucha: seguir resistiendo a través del arte es su compromiso de toda la vida.

Malak Mattar también se suma a la línea de artistas influenciados por Sliman Mansour, y como ella misma reconoce, por Nabil Anani. Representa la generación más joven de artistas palestinos: mujer, autodidacta y alejada del academicismo, ya que sus estudios universitarios en Estambul fueron en ciencias políticas y relaciones internacionales. Sin embargo, su obra mantiene un vínculo directo con su contexto y su historia.

Mattar comenzó a pintar durante la Guerra de Gaza en 2014, usando el arte como una forma de canalizar y expresar sus traumas. Experimentó con distintas técnicas hasta especializarse en la pintura acrílica. Aunque se percibe la influencia de sus predecesores, sus obras muestran un fuerte aire de feminismo, reflejado en la predominancia de figuras femeninas que protagonizan sus composiciones.

En una de mis series preferidas, “To be a Mother / To lose a Child”, una crítica pictórica de lo que representa ser madre en pleno exilio, en plena expulsión, y lo que representa perder a un hijo en el mismo contexto. Mattar representa a esas miles de madres palestinas que tienen que criar a sus hijos en campos de refugiados en las peores condiciones posibles, y a otras tantas madres que pierden a sus hijos debido a la desnutrición o los bombardeos.

Su obra invita a reflexionar sobre la resistencia desde una perspectiva íntima y colectiva, con una mirada femenina, usando recursos que interpelan al espectador más allá de la simple documentación. Los colores vibrantes que emplea buscan crear una atmósfera de esperanza, y su estilo expresionista recuerda a Picasso, Matisse e incluso Frida Kahlo.

Como no podía ser de otra manera, Mattar acompaña sus obras con palabras de grandes poetas. Por ejemplo, su obra ‘Sin palabras’, presentada en su exposición individual en la Galería Ferruzzi de Venecia en 2024, hace referencia a un poema del poeta palestino Mahmoud Darwish.

En la etapa más reciente de su trabajo, desde el inicio de la guerra de Gaza en 2023, Mattar ha adoptado una paleta de blanco, negro y gris, mostrando el caos y la destrucción en la Franja de Gaza, un contraste marcado con los colores brillantes que antes representaban un destello de esperanza, hoy apagado por los trágicos sucesos actuales.

Ismail Shammout, Sliman Mansour, Nabil Anani y Malak Mattar, cuatro artistas de distintas generaciones, con estilos marcados por su contexto, comparten algo fundamental: el arte como forma de resistencia. Sus obras nos recuerdan que el arte puede ser una voz que denuncia, que resiste y que mantiene viva la historia de un pueblo.

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